Por Juan Tahora
3 May 2024
Corrupción
fútbol

La otra cara del deporte, la que hay que desterrar.

Corría el año 1968 y Ramón Ivanhoe Barreto era un árbitro muy prometedor en el fútbol uruguayo. Tenía la categoría de internacional y era el más joven en esa condición. Tuvo la oportunidad de concurrir a un campeonato internacional juvenil y, en esa ocasión, conoció al delegado de la cuarta división de Peñarol, un señor de iniciales H.M.E (preferimos no dar el nombre de la persona dado los años transcurridos, pero se puede verificar en los diarios de la época). Tenía una particularidad en el hablar y se le conocía como el “tartamudo M….).

Ese año, el mismo día de la designación de Barreto para dirigir el partido entre Nacional y Cerro, el árbitro recibió una llamada telefónica de quien le habló como si lo conociera y a quien identificó más que nada por el tartamudeo. Este le manifestó que si el resultado del partido que iba a dirigir terminaba en triunfo de Cerro, podría ganar la suma de $100.000. El árbitro, luego de la sorpresa inicial le hizo algunas preguntas y quedaron en reunirse al otro día en un bar ubicado en 18 de julio y Paraguay. Barreto, enseguida de esta conversación se dirigió al Colegio de Arbitros dando cuenta de lo sucedido, luego de lo cual, acompañado del Presidente Arq. Castro Bruno radicaron la denuncia del hecho en la seccional policial correspondiente. La policía aconsejó a Barreto que concurriera al encuentro programado y tuviera la conversación, lo que así sucedió, a cuyo término el delegado de la cuarta aurinegra fue detenido, pasando el caso al Juzgado de turno actuante. Lo que dijo el proponente al ser interrogado, era que quería hacer una prueba sobre la honestidad de Barreto. En la audiencia estuvo presente por Peñarol el Sr. Alfonso Domínguez, quien manifestó que la institución repudiaba lo sucedido, que se calificó como “intento de cohecho” (ver la edición de “El Diario” del 26 de julio de l968, o de cualquier otro de la época, que contienen profusa documentación del caso).- En efecto, toda la prensa cubrió la noticia y las expresiones de condena fueron unánimes, como asimismo se elogió a Barreto, quien con ello aumentó su prestigio personal. Peñarol deslindó responsabilidades y H.M.E dejó la delegación-

Es lamentable tener que formular este recuerdo de una página oscura del fútbol uruguayo que, como otras, ensombrece su gloriosa historia. Pero, como desde tiendas adversarias se habla cada tanto, pero en forma persistente y en forma reciente, del caso del Gerente de Nacional en 1944, con Sagastume, a través de un intermediario en una peluquería, calificando el caso como el más corrupto del fútbol uruguayo, ello obliga a recordar este otro episodio porque en errores de este tipo nuestros rivales no van de ninguna manera en saga. Y lo hacemos sin epítetos y sin pretender agraviar a toda una institución (lo que no ha sucedido a la inversa), a la que no vamos a desmerecer por ello en su historia de grandeza.

Pero el episodio, tan real como el otro, existió, teniendo similitudes y diferencias. La similitud radica en el hecho y en su calificación: intentos de cohecho. En ambos caso, por la tentativa no hubo condenas. Se suele hablar de los casos como “soborno”, en general la prensa, pero el soborno es cuando la dádiva se propone a un funcionario público, siendo el árbitro un particular. Por ello, en la página del diario citado hay al respecto una aclaración. Y también en ambos casos hubo promesas aparentes de aceptación para poner en descubierto la maniobra, demostrando los afectados su honestidad personal. Y en los dos, los autores de la propuesta fueron separados de sus funciones.

Pero hay diferencias. En el caso de Sagastume, tiempo después del episodio, sin prueba alguna, se intentó inculpar a un jugador de Peñarol que había jugado durante todo el quinquenio de Nacional y a quien se le había gritado “vendido” desde las tribunas en un clásico de setiembre de 1944 (fuente Luciano Alvarez, Historia de Peñarol). A partir de esa denuncia, dejó de participar en el equipo pasando a ocupar su puesto Luis Prais, no obstante lo cual, al jugador retirado sin explicación, se le retenía, diciéndole que solo le otorgaban el pase para un cuadro extranjero, pero si retornaba tenía que hacerlo al club de origen. Se trataba de un jugador de gran calidad técnica, campeón sudamericano con Uruguay en 1942, formando la línea media con Gambetta y Galvalisi. Su nombre Raúl Rodriguez y su sobrenombre “Pulpa”, quien clamó reiteradamente por su inocencia. Hay una crónica conmovedora con él, realizada por“El Veco”, en Acción en 1959. Mientras veía a una hija pequeña jugar con barcos de papel decía: “Lo juro por ella que jamás me vendí, que se hunda mi hogar y no vea más a mi vieja si fui para atrás”.- El Veco agrega que, al terminar de decirlo, dio un fuerte golpe sobre la mesa y sus ojos estaban humedecidos.- (Crónica en Acción del 7 de setiembre de 1959 publicado en “De vuelta al barrio”, pág. 33).- En otras palabras, Rodríguez fue ajusticiado, insinuándose que lo que había rechazado Sagastume, él habría aceptado. Su caso fue uno de los factores de la huelga de jugadores del fútbol uruguayo por el exceso de retención.- Y para Rodríguez, significó un intenso drama para el resto de su vida.- Alvarez, en la Historia citada, dice que con el tiempo se concluyó que Rodríguez era inocente (op. cit. pág. 333).-

Y la otra diferencia sustancial es que la propuesta a Sagastume fue para intentar beneficiar a Nacional, el club del proponente y formulada a un jugador, mientras que la del “tartamudo” dirigida a Barreto fue para perjudicar a otro club, al rival y no para beneficio del suyo propio, realizada a un árbitro.

Episodios lamentables los dos, no propios de la grandeza del fútbol uruguayo y de las dos instituciones y, al existir ambos, rechazamos todo intento de utilizarse uno como estigma del otro cuando también recae sobre sí mismo.

Estos episodios son los que están documentados, habiendo otros de los cuáles se ha hablado reiteradamente, involucrando en forma de chismes y rumores incluso a muchas figuras de relevantes proporciones a lo largo de la historia. Y lo que también ha quedado evidenciado, a través nada menos que la confesión de Grondona, es el perjuicio sufrido por Nacional en la final de la Copa América de 1964 por el árbitro holandés Leo Horn, extendiéndose los hechos al fútbol internacional.

Es la otra cara del deporte, la que hay que desterrar.

Juan Tahora




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