Por Recibimos y publicamos
27 Oct 2013
Cecilia

Seguro que usted los conoce bien a ellos.

En mil anécdotas usted joven que aplaude ahora en la tribuna cantando y saltando habrá escuchado hablar de los campeones del 88. Usted que apenas daba los primeros pasos, usted que estaba en la cuna y usted que aún no había nacido.

Habrá escuchado hablar de la guapeza de aquel equipo de Seré y del Chango Pintos Saldaña, de Revelez  y del Hugo, del Vasquito Ostolaza y de Castro, de Soca, de Lemos, de Lasarte y del Bocha Cardaccio, del Indio Morán, del Pinocho Vargas, de Tony Gómez, de Carreño y de Lima y de los que no haya nombrado por acá pero que fueron parte. Habrá escuchado hablar de aquel partido de ida en la vecina orilla donde perdimos pero pudimos haber empatado, habrá escuchado hablar de la final de la que hoy hace justo veinticinco años. Habrá escuchado una y mil veces de la boca de sus mayores y de las crónicas de cómo Nacional fue un claro ganador y como se gritó cada uno de los goles. Habrá escuchado decir que fue un partido largo con un alargue a cuestas.  Habrá escuchado hablar de aquel miércoles de octubre con el estadio lleno, llenísimo de tricolores, de adonde y cómo y con quien estaba cada uno de los que se lo cuenta, habrá puesto muchas veces en la red virtual las imágenes que lo transportaran a esa hora exacta en que el penal del tres a cero infló la red real, habrá escuchado relatos de relatores, habrá visto fotos de la época y me habrá leído a mí decir  que aunque no pude ir a ese partido mi abrazo con mi cuadrada catorce pulgadas me hizo sentir en la mejilla el frío metal de la Copa levantada por el Hugo mientras el corazón caliente estallaba en alegría.

Habrá escuchado todo eso y escuchará mucho más seguramente porque a los campeones no se los olvida.  Tampoco es necesario rendirles homenajes fastuosos. Hay que respetarlos y  tenerlos presentes y  más que nada, aprovecharlos.

Mientras caminan lentamente hacia el centro de la cancha pienso en las muchas generaciones que han venido después y no han tenido aún la alegría de vivir ese momento. Me sumo a la esperanza de que en un futuro no demasiado lejano yo también pueda volver a festejar con mi hija en la tribuna o detrás de una pantalla una emoción como aquella y entonces me acuerdo que ya lo hice, aunque ella no lo recuerde por su corta, cortísima edad de entonces. De todas maneras  estoy segura que mi abrazo a la pequeña pantalla esa noche le dejó  grabado a fuego en su pequeño corazón el rojo, el azul y el blanco.

Pienso en eso mientras aquellos protagonistas que en ese tiempo tenían edad parecida a la suya, joven, se sientan a muy pocos metros como si el tiempo no hubiera pasado tan rápido, mientras los de hoy entran al mismo campo de juego. 

Ganamos tres a uno.  El partido fue hasta medio raro, tuvo un buen debut incluido, jugadas buenas  y hasta un bajón de revoluciones que para mi gusto nos hizo sufrir un poco de más, pero no podíamos ni debíamos perder. Por el campeonato y como forma de honrar a quienes ahora observaban desde el cemento  y un cuarto de siglo antes, a esa misma hora en que usted, joven, se encontraba alentando,  se estaban preparando  para escribir una de las mejores páginas de gloria de nuestra historia.

Que esa historia se repita muy pronto. Por usted joven. Es mi ferviente deseo.

Cecilia810


Cecilia 810

Cecilia es la lectura más esperada después de cada partido. Un bálsamo en los momentos difíciles y un tónico para acompañar la euforia




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