Por Ernesto Flores
15 Jun 2016
vivencias

Si tuviera que decir algo para definir el presente de Nacional, con Lasarte como DT, la frase surge sola: estamos en buenas manos.

Conocí a Martín Lasarte en el año 1968. Yo tenía 6 años y Martín era un poco mayor. Como a los 5 años yo ya sabía leer -a costa de asistir a los intentos de mi padre de enseñarle a un primo de 8-, por lo que mi madre, a sugerencia del director de de la Escuela Don Bosco, me inscribió directamente en primer año de escuela, salteándome pre escolar, por lo que vine a aterrizar en un aula con compañeros mayores que yo.

Otro niño en mi misma condición era Jorge, hermano y desde entonces compañero de curso de José. Martín, Jorge, José, el “gordo” Alejandro -reconocido Papá Noel televisivo- y “Nacho”, el Lasarte chico, que no era compañero de clase pero sí de todos los momentos, conformaron mi grupo de referencia y pertenencia durante el ciclo escolar y juntos también encaramos el liceo en el Colegio Santa Teresa de Jesús.

Martín estuvo desde siempre unido al fútbol. Es imposible atar un recuerdo de mi infancia sin visualizar a “Tincho” detrás de una pelota o hablando de fútbol. “Vasconias”, el padre de Martín, era nuestra fuente permanente de consulta futbolera. El “vasco” había jugado profesionalmente en su Vascongada natal y era para todos una eminencia. Me viene a la cabeza la respuesta de “Vasconias” ante la pregunta de un compañero de juegos: “Vasconias, ¿si pega en el palo, está mal tirado?”, y la sentencia del Lasarte “viejo”: “El arco está para meterla adentro”.

Compartí varias canchas con Martín, muchas menos de las que hubiera deseado, porque yo era medio patadura y Martín parecía nacido para comandar un equipo de fútbol. Dueño indiscutido de la zaga del Don Bosco, soporte indispensable para el arco del “Cura” Domínguez -excelente arquero que perdió su oportunidad de trascender cuando le vinieron berretines de delantero- y apoyo firme y de confianza para Pablo -el mayor de los Ingold, hermano de Jorge y José- centrojás y capitán por ascendencia y personalidad. La capacidad de Martín para elevarse y conectar el cabezazo lo llevaron también a convertirse en goleador en un torneo de fútbol 5 jugado en el gimnasio del “Oratorio Festivo”, hoy “Hno. Artigas de Agostini”, frente a nuestra cancha de Talleres Don Bosco, “los bosques”, como lo bautizara seguramente el mismo Martín, tratando de emular nuestro reducto con las concentraciones de los dos equipos grandes: “Los Céspedes” y “Los Aromos”.

En varias ocasiones, en medio de interminables discusiones futboleras, Martín me insistía con que debía dedicarme al periodismo deportivo. Él confiaba más que yo en mi capacidad para opinar. Esa es una de las tantas facetas que construyen la personalidad de Martín Lasarte: cree en la gente, visualiza las capacidades de cada uno y sabe cómo explotarlas. Es un líder nato. Sabe guiar y escuchar. Es un tipo totalmente honesto y leal. Firme, seguro de sí mismo y valiente. Estudiante de primera, inteligente, bromista y siempre con buena disposición hacia quien lo requiriera.

Heber Estevez, compañero del liceo, un año por encima de nosotros, practicaba en Rentistas. Si no recuerdo mal, era el año 1976. Martín, junto con otros, decidió sumarse a la invitación de Estevez para ir a los “bichos colorados”. Todos fueron dejando, menos Martín, decidido a buscar su oportunidad. Nunca lo escuché quejarse o flaquear, es dueño de una determinación envidiable, como bien lo debe saber Patricia, con quien “se arregló” a los 15 o 16 años y aún continúan juntos.

Martín Lasarte es, y no tengo duda alguna de ello, una de las mejores personas que he conocido. La vida, y sobre todo algunas de mis malas decisiones, nos han acercado y alejado a lo largo del tiempo. Digo mal, yo me he acercado y alejado de aquel valioso grupo de mi infancia. Ellos siempre estuvieron, porque todos ellos, como nuestro actual entrenador, son de “fierro”.

Si tuviera que decir algo para definir el presente de Nacional, con Lasarte como DT, la frase surge sola: estamos en buenas manos.

Ernesto Flores





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