Por Ernesto Flores
24 Set 2020
Cascarilla
Morales

Cascarilla Morales es una gloria tricolor, el hincha de Nacional lo valora, lo admira y lo reconoce como uno de los grandes, de esos imprescindibles que se forjan a sí mismos.

El fútbol tiene ese dulce poder de, en ocasiones, cumplir sueños. El de los hinchas o el de sus protagonistas. Julio César Morales alcanzó el suyo: la casita para “la vieja”. En el medio quedaron como testigo del esfuerzo, las conquistas: dos Campeonatos del Mundo intercubles, dos Copa Libertadores, una Copa Interamericana, seis Campeonatos Uruguayos, dos Copa de Austria, dos Bundesliga austríaca y una Copa de Campeones con la celeste en el pecho. Amén de casi una decena de torneos no oficiales y un no celebrado cuarto puesto en el Mundial de México en 1970.

Por si le faltaran medallas, es el tercer máximo goleador del Club con 179 tantos, detrás de Atilio (466) y “el mago” Scarone (294) y el mayor artillero tricolor en Copa Libertadores, con 30 tantos anotados en 76 partidos.

El menor de siete hermanos - a decir de él “vine de casualidad” – nació el 16 de febrero de 1945 en el Brazo Oriental montevideano, en una familia pobre. Su padre era empleado en Cutcsa y su madre ama de casa. “Cascarilla” se entreveró en los picados barriales desde botija, corría, pateaba y aprendía, sobre todo de sus hermanos Walter y Ruben Ángel, que llegaron a jugar en Divisiones Formativas de Nacional y en Rampla. Curiosamente, la mayor enseñanza que le dejaron sus hermanos fue la disciplina. A pesar de tener sobradas condiciones para destacarse, ninguno de los dos llegó por no apegarse al profesionalismo. “Les gustaba mucho la noche” dijo “cascarilla chico” en alguna ocasión. Lo de “cascarilla” también le viene de sus hermanos “aunque yo también era medio calentón” confesaba.

La importancia de ser disciplinado caló tan hondo en Julio que no protestó cuando un acto de indisciplina lo radió del Mundial de Inglaterra en 1966. Ondino Viera les había advertido que quien recibiera una tarjeta roja en los partidos previos al Mundial, no viajaba. Corrían 60 minutos del amistoso ante el West Bromwich en el Centenario, cuando Morales saltó a buscar un centro junto con el arquero Ray Potter, quien le aplicó un codazo en el cuello que lo dejó sin respiración. Cuando Morales se recuperó, agredió sin más a Potter y fue expulsado. Ondino era inflexible, a pesar de los numerosos pedidos de los compañeros de equipo. Julio César Morales se quedó sin Mundial y Uruguay, sin una buena cuota de gol y asistencias. Cascarilla no se quejó, las reglas estaban claras.

El menor de los Morales era un católico devoto cuando niño. Le gustaba frecuentar la Iglesia del Reducto y en ocasión de celebrarse una kermesse en la Iglesia, el cura le solicitó que atienda un stand. El juego consistía en introducir una pelota en un agujero de unos 30 cms. de diámetro que se le había practicado a un viejo barril de yerba. Cuando no tenía “clientes”, Cascarilla practicaba y practicaba, y alcanzó tal maestría que los asistentes a la kermesse le pagaban para tirar por ellos y así alzarse con los premios.

Este hecho le reafirmó algo que ya intuía y que se transformó en un credo a lo largo de su vida profesional: futbolista estrella no se nace. Sin práctica, repeticiones y constancia no se llega.

Julio llegó a Racing de la mano de un vecino, dirigente del club de Sayago y debutó en Primera División con apenas 16 años, en un partido ante el The Strongest boliviano. Sus actuaciones llamaron la atención de la directiva tricolor y en 1966, a sus 20 años, fichó para los dirigidos por Ricardo Diez. Su debut no podía ser más auspicioso, anotó uno de los cuatro goles con los que Nacional derrotó a Peñarol el 30 de enero de 1966 por Copa Libertadores. Ese mismo año se consagró campeón uruguayo, título que repite en 1969, 1970, 1971, 1972 y 1980.

La historia “grande” de Julio César Morales es más conocida, a ese partido debut le siguieron otros 458 encuentros con la camiseta del decano, que lo sitúan en la cuarta posición entre los futbolistas con más partidos disputados por Nacional –delante de él están Emilio Álvarez, Aníbal Paz y Julio Montero Castillo. En su trayectoria tuvo dos etapas en Nacional, la primera entre 1966 y 1972, luego su pase al fútbol austríaco y su retorno – a pesar de todos los esfuerzos realizados por el FK Austria Viena para retenerlo- a Nacional en 1978, con el que nuevamente se coronó Campeón Intercontinental, de la Copa Libertadores y del Uruguayo en 1980, mismo año en el que obtuvo su único título con la selección Uruguaya, con la que disputó 25 juegos anotando 11 goles: la Copa de Oro de Campeones del Mundo.

En 1982 cerró su etapa como futbolista, defendiendo a Nacional, club al que retornaría como parte del equipo técnico de Hugo De León. Su tarea era, de alguna manera, aplicar su credo: “inculcarle a los juveniles la importancia de la técnica, que se alcanza con repeticiones, la manera de alcanzar la precisión”. Esta tarea se ve interrumpida cuando es llamado por De León y Gesto para “echar una mano” en el equipo de Primera División.

Cascarilla es una gloria tricolor, el hincha de Nacional lo valora, lo admira y lo reconoce como uno de los grandes, de esos imprescindibles que se forjan a sí mismos. Al decir de Julio César Morales “cuando andaba mal, más me exigía. Esa es la forma de llegar” y es, por medio de estas actitudes que el hincha se siente respetado, y respeta y aplaude. Salve Cascarilla, tu lugar en el corazón bolsilludo está a resguardo.

Ernesto Flores




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